Sheng Dan Kuai Le (editorial navideña Chang)



Aunque muchos hoy lo pongan en duda, los hermanos Chang fueron alguna vez niños. En la casa donde los Chang tuvieron su infancia la Navidad era una fiesta pagana. Como todo. «Los Chang sólo creemos en los Chang» decían cada tanto papá y mamá. Sin embargo, hubo una mañana especial, única e insólita, de un invierno que los hermanitos Chang no podrían olvidar nunca más. Ese día el padre los levantó de la cama y les dijo: «Mamá les ha preparado el desayuno. Se visten, se lo comen todo y me acompañan al trabajo».

Cuando los hermanos llegaron a la mesa ya todo estaba servido. Para cada uno, frente a su asiento, había un plato humeante con su manjar favorito. Arroz con brotes de soya y cerdo agridulce para uno. Fideos con bambú tierno y trozos de pato rostizado para el otro.

«Sheng Dan Kuai Le» dijo la madre sonriente al tiempo que colocaba junto a los platos de cada uno de sus retoños sendos paquetitos rematados con un lazo. Ese día los hermanos Chang supieron que Sheng Dan Kuai Le era un peculiar saludo para desear Feliz Navidad en mandarín. Y ese día descubrieron que a uno le había tocado de regalo una pinza metálica y al otro un martillo. Pero sobre todo, después del desayuno, los hermanitos Chang supieron ese día la de usos increíbles que esa pinza y ese martillo tenían en el negocio de papá Chang.

No sería precisamente –ya lo sabemos- para clavar y sacar clavos. Papá Chang les enseñaría a partir de esa jornada lo mucho que su trabajo tenía que ver con el de un odontólogo, un traumatólogo o un manicurista. Exactamente lo mismo pero al revés.

Este es el bazar navideño de los hermanos Chang, lleno de martillitos y pincitas. De cosas que sirven para doblar o enderezar muchas cosas en este mundo.

Pasen adelante, llenen sus bolsas de regalitos y tengan ustedes un Sheng Dan Kuai Le al estilo Chang.


Fedosy Santaella y José Urriola (dependientes del tarantín)

Dos poemas de Carlos Zarzalejo


Ceremonia

Esta navidad se me antoja calva
celebrada con amigos a quienes no les importe las nubes

Trepar un pino hasta las cinco puntas      hacer señas

poner un tren en el nacimiento
e ir a comprar materiales para el próximo olvido

al año entrante          habrá cabello y nubes que contar 


Perturbación

Diciembre calima

la oscuridad se filtra con la vaguada
y el morbo que segregan tus pies

tempestad en las quebradas del olvido
pánico

la huída de este invierno
no escampará las ganas de ti

Puto diciembre calima

Buhonerías (o el Collar del Chamán)

Enrique Enriquez



ojoa zul
(la primera lengua)

manoa marilla
(en el principio las letras eran títeres de dedo)

Hombrero jo
(y los números eran pasos de baile)

lapa labra
(W = ve doble).

Tropi-Christmas

Ricardo Cie


Los estereotipos son un asco. La navidad está llena de estereotipos. Saque usted sus conclusiones.

Nuestro país, que ya sufre la maldición estética revolucionaria con estrellas-fondo-rojo por doquier cuando no amplísimas variaciones de mezcolanza tricolor (también con estrellas pero OCHO, ¡OCHO! no-te-vayas-a-equivocar) acaba por caer en coma de buen gusto apenas asoma noviembre con la sobredosis “adornante” de nieve y abrigos y pinos escandinavos sobre la capa previamente detallada de motivos bicentenarios-autóctonos-sovieticosos en refulgente technicolor.

Así vemos superponerse capa sobre capa de cursilismo gráfico y visual de muy difícil digestión.

Entiéndase bien, no soy una versión criolla del Grinch (aunque me han acusado de tener el mismo carácter). No. Tengo un hijo pequeño y disfruto su emoción por la Navidad. Pero esta tropi-Christmas me cuesta mucho digerirla.

Y no lo estoy diciendo porque me han echado los chismes. Lo viví como protagonista. No hace tanto tiempo, un fin de año de esos en que el dinero escaseaba y la quiebra me seguía oliéndome el trasero cual cacri, acepté hacer de San Nicolás en un Centro Comercial. En Nueva York no, en Valencia, estado Carabobo. Debía meterme en el pellejo de Santa Claus en la ciudad industrial de Venezuela.

Ahora imagínese usted a un ser inocente y todo candor, abrigado para soportar la crueldad del frío del Polo Norte, acostumbrado solo a regalar y sonreír, que pasa su vida hablando con duendes o con renos, en un “Mall” frente a una construcción de Metro abandonada 2 años y a 34 grados a la sombra allende la autopista regional del centro, en la Avenida Bolívar de Valencia.

¿Qué puede ser de ese señor?

Pues ese señor, primero, suda como cerdo en su propio sábado. Destila agua salada. Es todo una gran glándula sudorípara. El peluche de la barba se le mete, húmedo e impresionantemente pegajoso, a la comisura de los labios, al interior de los párpados, repta resbalosamente por los huecos de su nariz y le provoca sarpullido.

Ese señor empieza su aventura del otro lado de la construcción abandonada, es decir, con un boquete en la calle de ocho metro de ancho, diez de profundo y cientos de metros de largo enfrente, relleno con 2 AÑOS de lodo, basura, larvas de mosquito y, juro que lo ví, algunas babas distraídas.

Ese señor camina medio kilómetro hasta un cruce de endeble madera y finalmente llega al Centro Comercial. Desde que arriba a las afueras del templo de consumismo, los niños lo miran estupefactos, se acercan con mezcla de emoción y temor, los papás le lanzan algún tripón con las manos llenas de “chigüí” que le tiñe partes de la barba-peluche de naranja fosforescente, algún gracioso quinceañero le pellizca el relleno de la nalga y le sacan decenas de fotos con teléfonos celulares.

Porque debo aclarar que en aquella época yo pesaba unos 52 kilos y me podían contar las costillas sin tocarme. Así que para encarnar al rozagante polo norteño debía rodearme de almohadas y bolsas de relleno de cojín. Arriba, el abrigo peluchístico rojo y blanco, gorro, botas, cinturón y detalles de semi-cuero y unos lentes de la tía de alguien que tenían graduación (siendo yo 20/20) así que además de sufrir al menos 10 grados más que los 34 de la calle, yo no veía un carajo.

Pero volviendo a la historia central, una encargada del “Mall” (léalo en castellano y así era como yo lo vivía) rescata a ese señor y lo lleva a su trono. El señor piensa que dentro del Centro Comercial mejorará su sufrimiento pero pronto nota que el Aire Acondicionado no funciona, que el “Mall” tiene el triple de gente de lo que su capacidad permite y que el bendito trono también es de semi-cuero, por lo que el calor no ha hecho sino comenzar.

El pino, al lado del trono, ya es marrón, porque NO ESTAMOS EN CANADÁ y lo cortaron en agosto para meterlo en un conteiner, viajó hasta Suramérica y fue puesto como adorno más o menos en la tercera semana de octubre. No solo no es verde, sino que pincha porque está seco. Pincha sobre el peluche de la barba del señor, sobre su sarpullido y sobre la madre que lo parió.

Al señor lo tienen amenazado. Le controlan hasta el lenguaje. Él quisiera decir, venezolanamente: Coño, pana, no me jodas, qué calor. Pero eso debe decirlo traducido al polo norteño. Y eso en polo norteño se dice: Jo. Jo, Jo.

“Quítateme de encima de la rodilla, carajito pendejo, que tú tienes por lo menos 17 años” se dice: Jo Jo Jo

“Tú sí te puedes sentar en mis piernas mamita, con bebé y todo”: Jo Jo Jo

¨Coño, se me desprendió la barba”: Jo Jo Jo

“Qué chimenea, muchacho pajúo, aquí no hay de esas vainas. Entraré a las casas como hago el resto del año, con patae`cabra”: Jo Jo Jo

A ese señor, le ponen un enano al lado disfrazado de duende (o sea, vestido de verde) con prontuario policial que a los pocos minutos le susurra que si le guarda unas carteras que le robó a los visitantes entre el relleno, porque él es muy chiquito y se le pueden notar en el disfraz.

A ese señor le ponen una corneta enorme al lado del trono, con melosas canciones navideñas en inglés a toda mecha a dos cuartas de la oreja y le piden que sonría.

A ese señor, en el momento cumbre de su presentación, le empiezan a lanzar una especie de espuma de afeitar en espray que se supone que es “nieve” y le insisten en que sonría.

Ese señor se paró de pronto al grito de: “el coño de la madre”, se sacó el abrigo con relleno y todo, dejó esparcidas unas 7 carteras robadas, empujó a 4 niños y dos embarazadas y salió corriendo para no volver, lo que significa que tampoco cobró.

No me pueden pedir que me guste esta fiesta-melcoha-gringocristiana región 4.

Lo único en que no le gana a una fiesta nuestra y sin espejismos bajo cero, es que la verdad, ganarse una plata en diciembre vestido de Niño Jesús, podría ser más fresquito, pero mucho más jodido porque tendrías que estar echado en un montón de paja, en pañales y no podrías esconder tu identidad tras la barba de peluche.

En olor a santidad

Ignacio Taboada


Un amigo cirujano asistía a la consulta por un Episodio depresivo complicado con Ataques de pánico. En la consulta de control, más como confidencia entre amigos que otra cosa, compartió conmigo la historia de su abuelo.

El abuelo Cipriano vivía en una población de tercera en una provincia de segunda, pero el abuelo era de primera. Vivía en una las casas más grandes de la población, muy cerca de la plaza. Había llevado allá el primer automóvil, aún en la época de las calles de tierra. Era dueño de un par de comercios de víveres y tres fincas ganaderas, de las más grandes de la zona.

A sus noventa y cuatro años pasaba la mayor parte del tiempo acostado en su chinchorro. Se levantaba solo para satisfacer a sus necesidades: beber, desbeber, comer y descomer. En la misma casa vivían también la cocinera y dos de las hijas ilegítimas del abuelo, solteronas por encima de los cincuenta y que se ocupaban de su buena alimentación, le compraban la ropa y hasta lo vigilaban, para descubrir cualquier manifestación de enfermedad, antes que se convirtiera en algo más intenso y grave.

Como muestra indiscutible de haber ejercido el cacicazgo local, residían en la población más de cuarenta de sus hijos varones extra curriculares. Otros habían migrado y de las hembras se desconocía el número total pues estaban desperdigadas por los aledaños, poblando las sabanas con tripones.

Hijos legítimos con su esposa tuvo diez. Y ellos también tuvieron hijos y nietos.

Desde hacía unos años, era obvio que el abuelo perdía lenta pero inexorablemente facultades físicas, aunque mentalmente se mantenía incólume. Hasta recibía y revisaba las cuentas de sus negocios.

Jesús era el mayor de los nietos con su apellido. Era el favorito del abuelo y el consentido de la mayoría de los tíos. Además estudiaba Medicina. Iba a ser doctor. Coincidiendo con su último año de la carrera, se hizo frecuente que llamaran desde la casa del abuelo para avisar que no se sentía bien. La llamada siempre era a la casa de Jesús, pues su padre, Rodrigo, era el mayor de los hijos de Cipriano. Pasaban los meses y cuando avisaban, Jesús y su padre se iban en el automóvil familiar hasta la población del abuelo a unas cuatro horas y media por carreteras que no eran muy buenas. En esa época nada de autopistas.

En la última de esas llamadas, llegaron a la casa y el patio central y el corredor ya estaban llenos con los hijos y nietos que vivían más cerca. Todos presentían que la cosa, hoy era grave. Conversaban en voz baja, reunidos en varios grupos. El patriarca los había educado a todos conociendo su origen y había inculcado el cariño en toda esa enorme familia, de disímil origen pero coherente.

A la puerta de la habitación del abuelo, estaban echados, como siempre, el par de enormes mastines negros, descendientes directos de aquella casi jauría que el abuelo se trajo de Alemania, a fines del mil ochocientos. Inmóviles, aparentemente sin prestar atención al grupo, pero todos sabían que nadie entraba a esa habitación sin ser olisqueados por el par de formidables guardianes.

Jesús y su padre, después de saludar en voz alta al grupo y a ninguno en particular, se dirigieron a la habitación del abuelo Cipriano y después de la olfateada de rigor, abrieron la puerta.

La habitación estaba igual que en los últimos cuarenta y cinco años, cuando murió la abuela Isabel Cecilia. Jesús no la conoció, pero sabía de memoria sus rasgos, por el retrato ya casi totalmente desteñido por el tiempo, pero que seguía colgado en el salón. La cama de dosel, aunque ya no lo tenía, el colchón cubierto con el edredón de siempre, en el cual ya no se distinguían sus colores originales pero escrupulosamente extendido. La peinadora y la butaca donde se peinó Isabel Cecilia. El altísimo armario de doble puerta central y dos puertas laterales con sendos espejos verticales de casi dos metros de altura.

Allí se respiraban décadas pero todo estaba limpio, gracias a las tías solteronas.

En la esquina de la derecha colgaba el chinchorro del abuelo. Uno de curagua, más duro que el de moriche, así le gustaba al abuelo, pero con el uso, se había ablandado.

Se acercaron poco a poco y en silencio. El abuelo abrió los ojos y los reconoció.

—¿Cómo estás m´ijo? Estoy muy débil, más que otras veces. Menos mal que vinieron pues esta sí es la recta final.

Jesús se acercó más al chinchorro y alzando la mano huesuda, le tomo el pulso y luego la tensión arterial.

—Voltéate un poquito abuelo, anjá, un poquito más, así está bien. Y subiendo la franelilla, le auscultó la parte baja del tórax. El abdomen estaba blando, sin dolores. No se notaba nada anormal pero el abuelo ya no era nuevo.

Quedaron todos en silencio casi un minuto. Al comienzo eran cuatro en la habitación: El abuelo, Rodrigo, Jesús y Belén. Este último era un primo de Jesús, por línea natural, que fungía como ayudante y recadero del abuelo casi desde su niñez y ya tenía hijos.

Detrás de ellos había entrado y se mantenía en silencio, un grupo de hijos y nietos deseosos de oír acerca del estado del patriarca.

De pronto los ojos del abuelo se iluminaron y ganaron un brillo que desdecía del agrisado que le daban sus cataratas.

—Jesús, m´ijo, dile a todos que se salgan. Quédense aquí solamente Belén y tú.

No hubo necesidad de repetir la petición de Cipriano; todos la habían escuchado e hicieron caso, aunque remolones. Y cuando quedaron ellos tres solos, dijo casi en un susurro:

—Jesús quédate aquí conmigo. Belén, busca a Machucha en su casa y me la traes —y allá se fue Belén.

Jesús y su abuelo se mantuvieron callados. El anciano quería guardar sus muy escasas fuerzas.

Casi un cuarto de hora después, Belén reapareció con una joven de poco más de veinte años. Una belleza rural y pueblerina. Aseada, con sus alpargatas negras casi nuevas, su vestido blanco con flores pequeñitas y el cabello sostenido por una cinta anaranjada.

Jesús en silencio pensaba: ¿quién sería Machucha? ¿Una nieta o una biznieta favorita? ¿Alguien a quién dejarle una herencia hablada? Más tarde, Belén le contó que Machucha fue la última virgen que el abuelo se llevó a la cama sin dosel.

—Ven acá, Machucha —la voz sonó quebrada.

Y ella cohibida ante la presencia de un extraño se movió lentamente pero sin titubear.

—Quédate tranquila, es mi nieto mayor, él es doctor.

No importaba la mentira. Faltaban meses para que fuese verdad.

—Machucha levántate la falda.

Y ella obedeció sin importarle quienes la veían, dejando ver su sexo negro intenso, aindiado, escasamente ensortijado, poco frondoso, brillante como si lo hubiese frotado con aceite.

El abuelo extendió su brazo derecho, flaco, piel y huesos. Sin mirar dirigió su mano con certeza y frotó el vello de Machucha. Luego, lentamente, en un ritual de trance definitivo, se llevó la mano al rostro, inspiró y sin más, expiró.

Mentes y corazones

German Herrera


Corría el año del pun y ya se acercaba a su fin. Un par de artesanos veían cómo su labor se quedaba fría y en riesgo de irse al olvido con el cambio de mes. Tenían toda la posibilidad de irse directamente a la quiebra.

La única jugada que les quedaba era llevarse sus tristes existencias a un último Bazar y esperar por lo mejor.

Cosa curiosa, en esas situaciones desesperadas en las que aguardas lo mejor, nunca falta el sujeto que aparece en la puerta con una propuesta que, por supuesto, te cambiará la vida.


Él tomó sus cucharas de plata y las cambió por lenguas del mismo material, un pequeño intercambio que, según él, garantizaría su prosperidad.

...Y con ellas lograron llegar a los corazones y dominar las mentes de su público.

Con las carteras y sobre los hombros de sus fieles obtuvieron su fortuna y sentaron las bases de su imperio.

Su ascenso a la cumbre fue prodigioso, pero aun en la cúspide no pudieron dejar de darle a las lenguas, ignorando el precio que tendrían que pagar.

Sucede que el uso repetido de estas lenguas de plata envenenaba progresivamente sus muy mortales cuerpos. Si su ascenso fue prodigioso el descenso fue simplemente violento.

No hubo llantos, ni protestas, simplemente porque no había fuerzas para nada de eso. Las pocas que quedaban estuvieron destinadas desde el principio a afincar la pluma sobre el papel.




Fue así que el cuento que comenzó con un bazar terminó exactamente 1.82 metros bajo tierra y fue de esta manera que el dominio de la lengua pasó al control de un par de manos.

9 variaciones sobre un mismo tema

Lenin Pérez Pérez


Tuntún, ¿quiénes?
̶ David Michael Starsky
Tuntún, ¿quiénes?
̶ Kenneth Hutchinson
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje, su Grand Torino está trancando el cuarto de la basura.

Tuntún, ¿quiénes?
̶ Thelma Yvonne Dickinson
Tuntún, ¿quiénes?
Louise Elizabeth Sawyer
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje, de este y de todos los edificios de la urbanización: están rodeadas.

Tuntún, ¿quiénes?
̶ Stan Laurel
Tuntún, ¿quiénes?
̶ Oliver Hardy
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje: perdí diez kilos en dos semanas, pregúnteme cómo.

Tuntún, ¿quiénes?
̶ William Abbott
Tuntún, ¿quiénes?
̶ Lou Costello
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje, escuche: quién está en primera.

Tuntún, ¿quiénes?
̶ Zan
Tuntún, ¿quiénes?
̶ Jaina
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje, voy a cortar el agua a las ocho, así que actívese.

Tuntún, ¿quiénes?
̶ Lacey
Tuntún, ¿quiénes?
̶ Cagney
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje, el señor Manrique cree haber oído un disparo. Abra o llamo a la policía.

Tuntún, ¿quiénes?
̶ Diego
Tuntún, ¿quiénes?
̶ Frida
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje. (…) ¿Tendrá una pinza de cejas que me preste?

Tuntún, ¿quiénes?
̶ Ulises
Tuntún, ¿quiénes?
̶ Penélope
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje. Señora la buscan en planta baja.

Tuntún, ¿quiénes?
̶ José
Tuntún, ¿quiénes?
̶ José
Tuntún, ¿quiénes?
̶ La conserje. Señora, que si le puede bajar al radio.

Por culpa de Barbie

Julieta Buitrago



Lo recuerdo como si fuera ayer, el evento que desencadenó esta manía que tanto me han criticado algunos, y alabado otros. Era 24 de diciembre y habíamos llegado temprano a casa de mi tía. Siempre salíamos con un par de horas de anticipación a las reuniones familiares, porque vivíamos en San Antonio y mi papá decía que había que ganarle al tráfico y a los derrumbes de la Carretera Panamericana. Ya desde aquel entonces la Panamericana era una pesadilla para quienes vivíamos en los altos mirandinos. 

Tengo memoria olfativa y recuerdo con especial agrado el olor a piedra-laja mojada de las escaleras en la entrada de la casa. El aroma de las hallacas se colaba desde el interior y se mezclaba con el dejo a pólvora de las luces de bengala con las que correteaban mis primos.

Apenas llegué me apresuré a unirme a la pandillita y luego de un rato, me escabullí a la sala con la excusa de ver el árbol de navidad, que en realidad no me interesaba mucho; lo que había atrapado mi curiosidad eran los regalos. Me preguntaba cuál sería el mío, quería anticiparme y ver qué forma tenía la caja que me tocaría recibir, para saber si el Niño Jesús había respondido finalmente a mis plegarias. Tenía ocho años y, si mal no recuerdo, esa era la octava navidad consecutiva en la que le pedía una Barbie al Niño.

El año anterior, una de las amigas ricachonas de mi familia, me había hecho un regalo enorme. Cuando vi el colosal paquete, estuve a punto de desmayarme de la emoción. Se trataba del escenario de la Barbie… ¡Sin Barbie! Supongo que habría dado por sentado que yo tenía al menos una, todas las niñas del mundo tenían una, ¿no? Pues no… ¡Yo no!

Mi abuela y mis tías acababan de llegar de Miami cargadas de regalos para todos los nietos y sobrinos. La noche prometía, olía a Barbie… y en medio de la algarabía nos llamaron uno a uno para darnos los regalos envueltos en papeles lustrosos y moños rojos que terminaron despedazados en el piso en unos pocos segundos.

Mariposas de emoción daban vueltas en mi pancita al ver a mis primas abrir sus paquetes. De ellos salían docenas de vestidos diminutos, con zapatitos y carteras a juego. Los ojos me brillaban al ver aquello ¡Alta costura francesa para Barbies! Pelucas, joyería, abrigos de piel y hasta un flamante Mustang descapotable. No podía con la impaciencia, la espera me estaba matando y las ansias hacían que me dieran muchas ganas de ir al baño pero me aguanté, estoicamente debo añadir, no quería arriesgarme a no estar en primera fila en el momento en que llamaran mi nombre. «Seguro que este año sí tendré mi Barbie», pensaba.

Y ahí estaba yo, en medio de una alfombra de lazos y papeles desgarrados, con sonrisa de quinta finalista y mi tronco de regalo en las manos: un paquete de pantaletas de algodón… rosadas.
Desde ese día no uso pantaletas y odio a la Barbie


* * * *

Aún ahora, después de tantos años, utilizo su imagen para entrar en papel y azuzar mi lado oscuro. Pienso en su cara desde el mismo momento en que me visto con ajustados trajes de látex negro. De este modo, aflora todo el desprecio, y el sadismo me brota por los poros.

Cuando hinco mis altos tacones de dominatrix en las nalgas de mis esclavos, cuando saco mi látigo y los azoto, cuando los vejo, pienso en ella, en aquella muñeca rubia a la que tanto detesto.

House Wife Machine® F-7

Mario Morenza





Diciembre 2015

Despiértese a la hora que quiera. Almuerce a la hora que desee sin tener que preparar la comida. Olvídese de trapear pisos. Fregar platos. Pulir cristales o barrer debajo de la cama.

En esta Navidad ha llegado para Ud., la increíble House Wife Machine®, su aliada en el hogar. Con su House Wife Machine® su vida será diferente, todo será diferente.

Desarrollada en los laboratorios industriales de la NASA, la House Wife Machine® será su mejor amiga. Una liberación. Se cortan ataduras. Abandone obligaciones. Véala trabajar por Ud. Cumpla sus sueños. Las preocupaciones ya no formarán parte de su rutina. Sea la mujer que siempre quiso llegar a ser. Dedíquese a usted misma. Viaje. Baile. Diviértase. Viva. Todo estará resuelto por la House Wife Machine®, su aliada en el hogar. 

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Y cuando Ud. esté cansada en las noches, y su marido se ponga impertinente, la House Wife Machine® estará dispuesta a todo. Sólo prográmela. La House Wife Machine® es tan sólo una máquina. Sea Ud. el alma de ella y de su hogar. 


Las baterías de la House Wife Machine® son muy fáciles de recargar. Enchúfela a un toma
corriente durante 48 horas. Su batería tiene un promedio de duración
de dos semanas a tiempo completo.






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Texto perteneciente al libro La senda de los diálogos perdidos (2008)

El regalo perdido

Fedosy Santaella




En memoria de mi padre



Había un regalo de más en la sala. Nadie lo había traído, no tenía tarjeta ni destinatario. Era un regalo perdido. Lo mirábamos con extrañeza, pero al mismo tiempo compasivos. Pobre regalo extraviado en aquella medianoche a caballo entre el 24 y 25 de diciembre. 

¿Y si es una bomba?, dijo Mario, jugando al gracioso y con la cabeza llena de juegos de videos. Nadie le hizo caso. El regalo, envuelto en su papel de verdes y rojos, con su lazo perfecto y su silencio huérfano, no era, de ninguna manera, un objeto explosivo. Estaba perdido, eso era todo. O simplemente alguien no había sacado bien las cuentas, o alguien había olvidado. El olvido puede ser enigma y también belleza. El olvido puede ser piedad.

Era raro sí, raro que todos nos sintiéramos en aquel momento tan particularmente unidos a aquel regalo. Había brillo en las miradas, emoción, miedo incluso. Lo de perdido, por cierto, lo dijo Marisa. Marisa es poeta, y los poetas, ya saben, son magníficos para acariciar con sus palabras los miedos del mundo.
¿Qué habrá adentro?, se preguntó abuela. Una bomba, volvió a decir Mario en tono de chanza. Marisa y yo lo vimos con divertido enojo y mamá se fue la cocina. Los demás nos fuimos tras ella.

Tomamos asiento alrededor de la mesa, y mamá, de pie junto al fregadero, de espalda al ventanal, comenzó a hablar. Uno por uno, pero sin abrirlo, dijo. Nos sentamos frente al regalo, lo tocamos, lo sentimos, lo abrimos sin abrirlo. Mamá siempre ha sido así, se le ocurren esas ideas maravillosas, y siempre todos estamos de acuerdo y la seguimos. La abuela dijo: Tú primero. Se lo dijo a mamá. Ella nos miró, todos afirmamos con la cabeza. Parecía una niña, una niña tímida pero emocionada cuando salió. Nos quedamos mirándonos las manos, ese lugar que oculta nuestros espejos. El segundero del reloj de pared sonaba, pero aun así el tiempo se había ido a otra parte, allá afuera, al otro lado de las ventanas, entre las ramas de los árboles. En algún momento escuchamos a mamá llorar. Seguimos con los ojos en las manos, y nos hicimos los desentendidos. Quizás nuestra falsa distracción era una forma de mostrar respeto por el momento íntimo de mamá frente al regalo. O quizás porque, en el fondo, esperábamos que el llanto se le fuera rápidamente, o porque era preferible pensar que aquello no estaba pasando, que no había lágrimas, que todo era una mala ilusión. Abuela fue la primera en reaccionar, en hacer como si de pronto se hubiera dado por enterada. Alzó la mirada y movió la cabeza como quien escucha a un pájaro carpintero en las alturas de una secoya. Entonces caminó hasta la puerta de la cocina y, reverencial, temerosa, se asomó a la sala. Nosotros, protegidos por la espalda de abuela, también nos asomamos. Mamá estaba sentada de rodillas frente a la mesa de la sala, y sobre la mesa, el regalo perdido. La espalda de mamá se movía, temblaba un poco; sin duda estaba llorando. Abuela pasó a la sala. Nosotros nos quedamos en la puerta de la cocina, y vimos a la abuela llegar hasta mamá y abrazarla, con mucho cuidado, con ternura. Mamá se puso tensa al principio, incluso se sacudió un poco, como tratando de sacársela de encima. Pero luego su cuerpo pareció derrumbarse, y sus brazos buscaron los hombros de abuela, como si los hombros de abuela fuesen el borde del abismo, el borde salvavidas. Ahí fue cuando entramos nosotros, de puntillas, precavidos, y pusimos nuestros brazos en torno a ellas. Todos nos quedamos callados, hasta que mamá dejó de llorar y nos vio uno a uno, y luego a todos a la vez, y nos dio las gracias. El regalo se abrió por dentro, musitó Marisa, como rezando, y mamá movió la cabeza y dijo sí, se abrió dentro de todos. Mario se separó un poco de nosotros, alzó una mano y replicó: Bueno, yo sigo pensando… ¡Mario!, lo interrumpí yo, con los dientes apretados y dándole con el codo en las costillas. Mario dio un respingo, me miró con un dejo de inquina pero no siguió.

A poco nos devolvimos todos a la cocina. Había platos de la cena en el fregadero. Yo me puse a eso. Me gusta fregar, fregar me saca de este mundo, o más bien, me vuelve agradable testigo. Marisa ayudaba con el secado; le pasaba el paño a la vajilla como quien pule y mima las palabras. Mamá y abuela guardaban en las gavetas, ceremoniosas, sacerdotales. Mario era el único que hablaba, contaba del último juego de video. Hacía tiempo que no hacía más que vivir en ese mundo. Como Marisa, que empezó a vivir en su poesía, o como yo, que me voy de las cosas fregando y leyendo el montón de libros que tengo por todo el cuarto y sobre la mesa de noche. O como mamá, que no para de limpiar la casa. O como abuela, que se pierde en su pasado, encerrada siempre en su habitación.

Terminamos de arreglar la cocina y nos fuimos a acostar. Estábamos en la cama, arropados pero sin dormir, cuando sonó la explosión. Algo parecido a un fuego artificial dentro de la casa. Salimos de los cuartos. Alguien encendió la luz, y vimos allí, en la entrada del pasillo, a Mario. Tenía la cara tiznada y el pelo alborotado. El momento parecía un fotograma de una serie cómica de televisión. Nosotras con la boca abierta, y Mario allí, como un espantapájaros que no espantaba a nadie. ¿Vieron?, que sí era una bomba, dijo. Nosotras nos echamos a reír, Mario también. Era agradable volver a hacerlo, después de tanto tiempo, después que en el pasado hubo tantas risas en casa. Mario, lo sabíamos todos, había resultado el heredero de esas risas, a pesar de sus huidas, a pesar de sus encierros virtuales. A pesar del encierro y de las huidas de todos. Fuimos volviendo a nuestros cuartos, adentro cada quien seguía riendo, ya bajito. Nos acostamos, nos arropamos, con sonrisas, ya con sueño y contentos en aquella madrugada de haber encontrado un regalo perdido, de haber disipado la ausencia.

NeoDargüinismo (o la supervivencia del más acto)

José Urriola
Epstracto del tomo 3, Volumen 2 de las Memorias recordadas por sí mismo del Imperator Yaksonbil I (e único).

En lo relativo y concerniente a los oríjenes del NeoDargüinismo.

Sírvome de la presente carta epistolar para efectuar un ejercicio de rememoración de la memoria autobiográfica de mi propia vida. Encontrábanos en aquellos días aciagos de finales del 2011 mi amada Leydisrrum (Imperatrice Primera y Madre Progenitora del NeoDargüinismo) y mi excelsa persona ambos supremamente consternados por la injusta y inmerecida expulsión del Partido, hecho que aconteció cuando una mala tarde de infelice recordación nos presentamos a una concentración convocada en aquel entonces por quien fuera el dictador de turno y a la cuya cual debíamos ir debidamente investidos de ropajes rojos y demás símbolos que nos identificasen como adectos al régimen. Sucediósenos pues la desdicha de que para la susodicha y anteriormente mencionada concentración partidista, nadie tomose la molestia de avisarnos que los colores e insignias del régimen habían cambiádolas recientemente del rojo al amarillo. Acusósenos por tal despiste, humillantemente y públicamente, de opositores y apto seguido expulsósenos del Partido con todas las lamentables repercusiones que acarrearía dicha expulsión, tanto para nuestras vidas personales como para nuestras economías personales también. Excúseseme la expresión disonante, pero nos habíamos quedado Leydisrrum y yo con una mano adelante y la otra atrás, como simples mortales, sin el apoyo del Partido y sin el subsidio carapterístico de la membrecía correspondiente. 

Presa de la desesperación, ocurrióseme en esos instantes un apto indigno de la personalidad que hoy conllevo conmigo mismo, proferí en voz alta: “¿¡Leydisrrum y ahora qué vamos a hacer!?”. A lo que ella contestome tajantemente: “No tengo idea, Yaksonbil, pero ya una está acostumbrada a la buena vida y yo no pienso dejar que me saquen de esta mansión, ni voy a vender la camioneta y olvídate de que vas a recuperar los reales perdidos vendiéndome las joyitas. Así que tú verás qué haces”. Fue en ese momento que expresé, sin ser consciente en ese instante de la grandeza profética de mis palabras: “Pues para seguir en este estatus habrá que inventarse algo con ratas y con mierda que es lo único que hay de sobra en esta vaina”. Y, dicho y hecho, así fue.

Leydisrrum quedose durante días royendo mis palabras, pues algo acabaría por ocurrírsenos que tuviera que ver con el negocio de las ratas y la mierda. La ventaja, me había dicho mi estimada cónyugue, era que había muchísimo de ambas materias primas y ambas dos eran de gratuita naturaleza. Más sin embargo no pudimos evitar la hipotecación de la casa ni la embargación por falta de pago de la camioneta Land Rover de 300 mil dólares y con asientos forrados en cuero de testículo de canario que le había comprado a mi mujer a manera de ogsequio en nuestro quinto aniversario de bodas. Estábanos ya acariciando la idea de un suicidio simultáneo de ambos dos (pastillas para ella y un disparo en la vóbeda bucal de la boca para mí, lo que implicaba una dificultosa sincronicidad a la hora de la muerte, pero eso ya lo veríamos llegado el momento del autohomicidio) cuando por fin Leydisrrum exclamó, sosteniendo el frasco letal con la mano siniestra: “¡Yaksonbil, tengo una idea infalivle!”.

Resúltame imposible, en mi calidad de Imperator, confesárosles la fórmula secreta de la línea cosmetológica que ideamos en aquellos áljidos instante mi amada cónyugue y mi excelsa persona de yo. Tan sólo declararé a mis súbditos, como gesto elocuente de mi generosidad carapterística, que durante un tiempo nos abocamos a la ardua tarea de cazar ratas preñadas, epstraerles la placenta a los embriones, macerarlas en aguas servidas vertidas desde una de las cloacas afluentes del otrora gran río citadino, licuar esa masa pestilente hasta convertirla en pasta huntable y perfumarla como correspondía a nuestros dotes de alquimistas. La mápsima que nos guiaba en tal titánica labor había sido enunciada por Leydisrrum: “Las mujeres aquí son muy coquetas, independientemente de la crisis una siempre encontrará de dónde sacar para ir a la peluquería, hacerse las manos y ponerse sus cremitas”.

Arrivose entonces el decembrino mes de diciembre y logramos con magno esfuerzo alquilar un tarantín en un bazar navideño organizado por unos mafiosos chinos que se autodenominaban a sí mismos como Los hermanos Chang. Desplegamos por todos los anaqueles del estand nuestra exclusiva línea de jabones, cremas hidratantes para el baño y la cara, aguas termales embasadas, maquillajes, champuses, acondicionadores y tónicos capilares para el cabello. Vendimos, con fortuna y buena suerte, toda la epsistencia y hasta nos comprometimos con la distinguida clientela en hacerles futuras entregas a domicilio, a sus propias casas, a lo largo del transcurso del año en curso próximo siguiente del 2012.

Fuele bien al negocio cosmetológico. Lo suficientemente bien como para recuperar la mansión y también la Land Rover, e inclusive incluso como para retapizarle los asientos a la camioneta con el cuero testicular de canarios albinos. Más sin embargo siempre hemos sido, y lo seguimos siendo hasta la fecha actual de hoy, una pareja ambiciosa y aspirasionista. Queríamos y merecíamos más. Mucho más. Y en esta oportunidad ocurrióseme a mí la genial idea (valga la rebundancia) de cómo hacer crecer el negocio: “Leydis (apodo cariñoso con el que sólo yo entre todos los humanos tiene derecho a llamar a la Imperatrice), mi amor, tú podrás saber mucho de lo que buscan las mujeres; pero yo creo que deberíamos ampliar el negocio hacia un destino más unisex para tener el doble de oportunidades”.

Y fuese de esa forma como originose Ratorade (que se pronuncia Rreitorei), la más prodigeosa jamás de las bebidas ipsotónicas. Me resultará, una vez más, como comprenderéis, imposible confesárosles a vosotros y a todos ustedes cuál es la fórmula secreta (aún más secreta que la de la Coca Cola) de Ratorade, a pesar de que mi generosidad superlativa me impulsa a reconocérosle: que sí, tiene algo de Coca Cola, que tiene mucho de las mismas aguas y las mismas placentas de embriones de rata que ya susodichamente mencioné más arriba para la línea cosmetológica y que tuvimos que ponerle también las mismas 4 mil y tantas sustancias adictivas que todos sabéis que posee el tabaco y que igualito todo el mundo se fuma.

La bebida ipsotónica en cuestión resultó un éxito absoluto, rotundo, masivo. Millones de personas optáronle por ingerir Ratorade (pronúnciese Rreitorei) como sustituto del agua misma, de jugos fructíferos epstraídos de las mismas frutas o incluso de cualquier refresco. Inclusive propúsose en Asamblea Nacional surtir a todas las casas, negocios, viviendas e instituciones de la región con Ratorade (lo cual se aceptó por voto unánime de todos). Y la gente empezó a adelgazar, a estar en la línea y luego en una línea progresivamente cada vez más y más delgada hasta desaparecer.
Sólo dos grupos sobrevivimos al impacto de Ratorade, lo que derivase más tarde en el subsiguiente desprendimiento del NeoDargüinismo o la supervivencia del más acto: el grupo de los que jamás consumimos ni una gota del líquido elemento (mi Leydis y yo) y el grupo de los hijos engendrados durante el período de cosumición de la bebida ipsotónica. Ya lo sabemos, las ratas son capaces de inmunizar genéticamente a sus crías para que no mueran víptimas del veneno que ha matado a sus progenitores. Habíamos forjado el sueño de toda Gran Nación, el florecimiento de una raza más fuerte de suidadanos e suidadanas.

Fuese así, queridos súbditos, como se dio origen a la nueva teoría dargüiniana de la supervivencia del más acto cuya paternidad y maternidad asumimos con hidalguía, respectivamente mi Leydis y yo. En los capítulos consiguientes de esta magna obra que son mis memorias autobiográficas de mi propia vida contadas por mí mismo os narraré cómo llegamos a eregirnos como Imperatores, pero eso será en otra oportunidad. El trabajo intelectual del que soy gozoso víptima y mápsimo avanderado viene siempre acompañado de la agotación.

Vendiendo pupú en Navidad

Carlos Zerpa


UNO
No sé en qué película vi, hace muchos años una escena de lo más divertida. Se trataba de una casa familiar de esas en las que viven muchas personas bajo el mismo techo. Bueno, el caso es que la señora de la casa pone a una niñita de unos cuatro años, en el medio de la sala, a hacer pupú en una bacinilla y la deja sola mientras se va a la cocina a preparar el desayuno. En eso aparece un hombre joven, quizás el tío o un primo, quita a la niñita de su asiento, se sienta él y defeca en el envase. A poco se pone de pie y la cámara enfoca un “mojón” enorme, verdaderamente exagerado en su tamaño. Luego el hombre sienta de nuevo a la niñita y sale de escena. La madre regresa de la cocina y va a revisar si su niña al fin hizo pupú y al levantarla descubre con estupor el enorme “mojón” que parece una trompa de elefante y se queda con la boca abierta de lo que salió de los intestinos de su pequeña niña.

DOS
Un malabarista en la entrada del metro hace malabares lanzando tres pelotas entre sus manos, girándolas en el aire, a la vez que anuncia a voz herida en su pregón: “Compre las peloticas adivinadoras, compre las peloticas adivinadoras”. La gente que sale del metro se le queda viendo y uno de ellos le pregunta cuánto cuestan esas peloticas adivinadoras, a lo que responde el vendedor, “Cinco Bolívares cada una”. Envuelve en papel parafinado una de ellas y se la da a un hombre, quien a su vez le da un billete de 5 para pagar su compra. La agarra, da unos pasos, destapa el envoltorio y ve una albóndiga marrón cubierta de talco. Esa pelota mórbida que acaba de comprar se le pega a los dedos, la huele y exclama, “¡¡¡Pero esto es pupú!!!”, a lo que el vendedor responde en voz alta, “OOOOOTROOOOO QUE ADIVINOOOOOÓ… Compre la pelotica adivinadora, compre la pelotica adivinadora”.

TRES
Durante todo el año he estado guardando los potecitos vacíos de vidrio de las compotas de frutas Gerber para bebés. Se los he pedido a mi hermana que alimenta en las mañanas, con ellos, a su hijito. Tengo un coñazo de envases a los cuales les he quitado la etiqueta y los he limpiado con jabón en polvo y cloro hasta dejarlos como nuevos. Los he estado llenando con mi propio pupú, día a día y los he metido en el congelador para que se mantuvieran sin corromperse. Es como una versión criolla de la “Merda d´ Artista”, magistral trabajo del artista italiano Piero Manzonni…Conservata al naturale, prodotta e inscatolata.

CUATRO
Ayer en la noche y por recomendación de una amiga medio bruja, hice un círculo de pólvora gris con azufre de unos dos metros, un gran aro en el piso del balcón de mi apartamento y luego me senté en el medio de éste. Ella me dijo que era para la prosperidad, para cortar la mala suerte y comenzar nuevos negocios que me traerían mucho dinero, para lo que ellos llaman “expurgar”, es decir limpiar, romper hechizos del mal de ojo y cualquier tipo de magia realizada sobre mi persona por gente envidiosa. Ella me dijo que el ruido y olor de la pólvora con azufre, sacudiría mi aura y la limpiaría de “adherencias astrales”.

Como les dije, me senté en el medio del círculo y encendí la pólvora con un fósforo e invoqué el espíritu de mi abuelo paterno, que fue un buen comerciante y zasssssss, la pólvora cogió candela rápidamente elevando una cortina de humo alrededor mío. Sentí como que me desmayaba y, en efecto, me desmayé. Al despertarme me dolía la cabeza, tenía achicharrado parte del cabello, con calva incluso. Descubrí que las baldosas del piso estaban quemadas, que el techo estaba chamuscado y que se quedarían así por más que intentara limpiarlos con solventes, como recuerdo del ritual acontecido.

CINCO
Bueno aquí estoy con la mitad del cabello quemado y el resto en melena despeinada, vestido completamente de blanco como si yo fuese un Babalao, con un collar de lágrimas de San Pedro, de pie detrás de mi puesto de venta, al que le he incorporado música de Rubén Blades y los Cinco del Solar.

“Dió la respuesta que hoy se ha vuelto
Una leyenda por la barriada
Tú te lo pipí, Tu te lo pipí
Tú te lo pi-pierdes
Por ser tan hija’e pupú”.

La mercancía que vendo, está sobre una mesita alargada cubierta con un mantel blanco, tengo de hecho una fuerte presencia en este fabuloso bazar navideño al que me han invitado los Hermanos Chang.

SEPAN QUE YO VENDO PUPÚ.

1- Ofrezco un Mojón ENORME, que parece una trompa de elefante, ya fosilizado, que se asoma desde adentro de una bacinilla rosada con una imagen de “Hello Kitty”. Es una pieza única y de colección.

2- Vendo unas cajitas de cartulina doble faz, hechas por mí mismo y que contienen, una albóndiga marrón de pupú del tamaño de una pelota de ping/pong, cubierta de talco. De estas tengo unas cuarenta y se ven muy bien juntas, me recuerdan a los besitos de coco.

3- Exhibo también para la venta, más de cincuenta frascos de compotas llenos de pupú, son una verdadera curiosidad, parecen “Marrón Glacé” o “Nutella”, este trabajo tiene escrito en marcador dorado, de mi puño y letra las iniciales PM (en honor a Piero Manzoni) y el nombre con que he designado esta obra de arte, pues lo que he llamado “Merda Creole”.

Y ya, de esto se trata, como ya les dije yo vendo pupú, pero no un pupú cualquiera, pase usted adelante, haga sus compras, más barato nadie, pague dos y lleve tres… Recuerden que estamos en Navidad.

Mondo Cane

José Javier Rojas


Los lectores con más kilometraje en sus odómetros vitales quizá recordarán al personaje encarnado por Honorio Torrealba (Padre) que en uno de nuestros cíclicos fracasos llamados Controles de Precios aparecía en la recién estrenada televisión a colores respondiendo a cualquier solicitud de algún potencial cliente de cualquier bien necesario o suntuario, mueble o inmueble, perecedero o imperecedero, nacional o importado, crudo o procesado, verdadero o imaginado con un característico y lapidario: “No hayyyy”. Como en este mundo al revés en el que el disparate es norma, el desatino sabiduría y la ignorancia doctrina; todo indica que aquel personaje de la época en que la Radio Rochela era cómica viene reeditado, recargado y con señorío a reclamar con su reclamo plañidero como un heraldo apocalíptico el nuevo mantra de los tiempos sin porvenir por venir.

Nos definimos por los opuestos: sin saber todavía qué somos a ciencia cierta, negamos lo que no somos para medio ser intentando cuajar en el camino andando, o como se decía entonces con cara seria y sin tanta filigrana, en vías de desarrollo. Hace rato esa brújula perdió su magnetismo si acaso alguna vez la tuvo, y del rumbo trazado con esperanza visionaria ya ni el recuerdo queda, pues hasta eso del desarrollo se niega al insistir que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que todos los desheredados de la tierra, todos los indignados allende Maiquetía y cualquiera que tenga corazón y sangre en las venas con medio ápice de sensatez en la sesera debería estar haciendo las maletas para venirse ya hasta acá a comerse las maduras con nosotros, puesto que rompimos el nudo gordiano de la felicidad sostenible con nuestra fórmula infalible de sabrosura caribeña y arrojo voluntarioso indómito, fórmula salpimentada con créditos del fondo chino y macerada en antiguos planes fósiles conservados en arcanos grimorios por académicos periclitados en universidades con crónicos presupuestos deficitarios. Anna Karenina Roote o como se diga o se escriba, que la ortografía también es reaccionaria, imperialista y contrarrevolucionaria.

Como mi editor me manda y yo obedezco reptiliano, rodilla y cerviz en tierra, a escribir sobre bazares navideños, yo rizo el rizo y escribo mi lista al Niño Jesús de acuerdo al espíritu de escasez, que no a la escasez de espíritu, reinante. Le pido un reino, el Suyo, y que me acoja en él. Un reino que no es de este mundo y en el que todos los bienaventurados que sean dignos de Él, tendrán una parcelita de nube bien delimitada, con todos los papeles en regla sin truquitos, con todos los servicios puestos a punto y con garantías verdaderas y con vecinos agradables dignos de toda confianza. Los yihadistas suicidas y los opusos vivirán la eternidad en otras urbanizaciones, pero con vista al infierno y a Yare II.

Entonces, como es mi parcelita de nube y no este perro mundo infecto, paso a detallar, por negación y exclusión que he aprendido y confirmado en este largo propedéutico de doce años, las características que no habrá en mi cielo mío de mí y lo harán a mi imagen y semejanza, justo a mi medida:

No Hay Mariachi
No Hay Feriado Bancario
No Hay Comida Light (ni Radios Ecológicas)
No Hay Cultura Dance
No Hay Hip Hop
No Hay Jabones Peludos
No Hay Moho en el Baño
No Hay Vampiros Maricones (ni viceversa)
No Hay Lenguaje Políticamente Correcto
No Hay Insomnio
No Hay Mosquitos
No Hay Amigos Secretos
No Hay Caracas-Magallanes
No Hay Gaitas, ni gaitazos, ni furros, ni tamboras
No Hay Adecos (de ningún color)
No Hay Pin (salvo que sea un apellido)
No Hay Películas Dobladas
No Hay Malas Traducciones
No Hay Control Cambiario
No Hay Inflación (ni devaluaciones para cuadrar deuda)
No Hay Alcabalas Móviles en quincena
No Hay Misses
No Hay Lectores de Paulo Coehlo
No Hay Censura
No Hay Sub Woffer
No Hay Tracción 4x4
No Hay Funcionarios que no funcionan, ni Servicios que no sirvan
No Hay Necesidad de Servicio Técnico (y Militar, menos aún)
No Hay Goteras
No Hay Techos de Cartón
No Hay Miamoreo
No Hay Mal Aliento
No Hay Elecciones Primarias Abiertas (pero sí Segunda Vuelta)
No Hay Lista de Espera
No Hay Faltas de Inventario
No Hay Mala Dicción
No Hay Mercado Negro
No Hay Windows
No Hay Parqueros “estácuidaoelmío”
No Hay Perros Falderos
No Hay Equipaje Extraviado
No Hay Personal No Calificado
No Hay Desempleados Sobre Calificados
No Hay Policías Acostados
No Hay Exceso de Velocidad en zonas residenciales
No Hay Circulación por el Hombrillo
No Hay Coleados (ni palanqueados, ni apadrinados)
No Hay Letra Chiquita
No Hay Basura Mal Dispuesta o sin reciclar
No Hay Mala Atención al Cliente
No Hay Precios Remarcados
No Hay Telemercadeo
No Hay Plagios Académicos (y secuestros, ni hablar)
No Hay Abusadores
No Hay Impunidad
No Hay Lugares Comunes
No Hay Aburridos
No Hay Drogadictos (a fármacos o a aparatos electrónicos)
No Hay Tránsfugas
No Hay Patanes
No Hay Mequetrefes
No Hay Tracaleros
No Hay Aduladores
No Hay Patiquines
No Hay Sifrinas
No Hay Viejas Fruncidas
No Hay Conserjes Chismosas
No Hay Hemorroides
No Hay Calambres
No Hay Caries
No Hay Vecinos Cretinos
No Hay Pendejos
No Hay Cobardes
No Hay Turbas
No Hay Demagogos
No Hay Hora Loca
No Hay Cotillón
No Hay Canales Premium (todos los canales son Premium, ergo, aquello)
No Hay Cargos Adicionales
No Hay Infomerciales
No Hay Programas de Talento disfrazados de Reality Show (ni viceversa)
No Hay Límite de Crédito (ni intereses agiotistas)
No Hay Daños Colaterales
No Hay New Age (ni gurus que se llamen a sí mismos tal cosa)
No Hay Artistas Comprometidos (con otra cosa que no sea su obra)
No Hay Activistas con agendas ocultas (ni ONG gubernamentales)
No Hay Uñas Encarnadas (ni acrílicas)
No Hay Intolerancia a la Lactosa
No Hay Síndrome Metabólico
No Hay Hongo de Playa (ni herpes, ni alergias)
No Hay Esperpentos Botulínicos
No Hay Quinceañeras Siliconadas
No Hay Desórdenes Alimenticios
No Hay Crueldad Escolar
No Hay Divorciadas Dementes
No Hay Adolescentes Perpetuos
No Hay Ausencia de Vocación
No Hay VIP fraudulento
No Hay Todo Incluido Todo Chimbo
No Hay Falsos Positivos
No Hay Gobiernos Inauditables
No Hay Banqueros Prófugos
No Hay Impuestos Regresivos
No Hay Fantoches (como no sea el de Job Pim)
No Hay Chovinismo
No Hay Caza de Brujas
No Hay Remordimientos (ni amargura o resentimiento)
No Hay Adaptógenos (ni Herbalife ni elixir cura todo)
No Hay Bodoques de Gimnasio
No Hay Ricardo Arjona
No Hay Tunning ni Enchúlame la máquina
No Hay Programas que no sean de Historia en History Channel
No Hay Motos circulando en contra vía, zigzag o en la acera
No Hay Nostalgia por los batesquebrados de antaño
No Hay Listas de Fin de Año para resolver un artículo

4 emociones twitteadas desde el mostrador

Humberto Valdivieso


Nota tachada en mi Moleskine: fueron tres días de emociones irregulares. La navidad en Caracas es como una pedrada en la cara justo antes de recibir un beso en los labios esperado por meses. La gente entraba y salía del almacén, fui indiferente: estaba inmerso en mi iPod. ¿Hubo reclamos? No. El jefe chino estaba en la trastienda, perdido en los senos de una adolescente vestida de Santa; nunca me descubrió.

DENIAL MOOD
denial mood: tarde percibí la inestable amabilidad que murmura, a ratos, en la punta de tu lengua
denial mood: debimos tener la fuerza para llenarlo todo. No ocurrió, apenas hicieron un gesto nos vaciamos los dos
denial mood: 4 horas y media, solo eso. El silencio, ya de noche, pasó como un tractor y aplastó las que fueron nuestras palabras de afecto
denial mood: aunque tus páginas digan lo contrario, aunque tus rumores contradigan lo que crees conocer: siempre estuviste postergado
denial mood: silencios represores que contienen gritos, siempre dispuestos a terminar en "no, tú no"
denial mood: palabras lentas como el silencio, profundas como la duda e inmóviles como esta tarde
denial mood: hoy no hay perdón, mañana sí
denial mood: dime algo que no te atreverías a decirme
denial mood: sin acceso; suspendido entre dos líneas que saltaste en nuestra lectura
denial mood: ON/OFF ¿Tu dedo se deslizará en la misma dirección? ¿Comenzaremos u olvidaremos? CLICK…
denial mood: en mi lenguaje primitivo aún hay restos de lo que fuimos
denial mood: amor inverso. Siempre es posible decir no
denial mood: amor telepático. Las palabras nunca dejan huellas en la piel
denial mood: mejor es propagar las cenizas de tu propio incendio, lejos de la ciudad del mal
denial mood: no quiero mirar lo que miras, hablar de lo que hablas, leer lo que lees. Prefiero estar aquí, haciendo cosas incomprensibles
denial mood: te propongo un silencio incómodo
denial mood: deja que te describa en silencio con mis dedos tipográficos
denial mood: ella dijo que las palabras eran buena compañía. Para mí fueron, siempre, un frasco de píldoras que tragaba con frecuencia
denial mood: - ¿Perdón? ¿Insinuó resistencia? - Para mí sólo una taza de té, por favor
denial mood: a la última estación es a donde nunca debimos llegar sin haber dicho la verdad

MORFOLOGÍAS
morfologías: me quedaría solo con la forma de un objeto, lo demás se lo devolvería a la naturaleza
morfologías: hay una ciudad invisible que nos respira encima, nos rodea y determina; ausente de los mapas y de las historias tradicionales
morfologías: 200 velas para este incendio
morfologías: esta ciudad no es mi problema, es mi enfermedad
morfologías: también hay felicidad en la superficie
morfologías: sí, es un país travesti. Con una política porno-cliché
morfologías: no hay virtud más contemporánea que el anonimato
morfologías: :más sincero es el vaso con el borde astillado; en su inútil simplicidad deja correr un hilo de sangre por su transparencia
morfologías: el mejor rasgado es el que deja los bordes enfáticamente irregulares
morfologías: pausas imprecisas como esta lluvia que va y viene sobre Caracas. Es mejor el plástico barato cerca del corazón
morfologías: Caracas no existe; es un invento nuestro, un mal sueño diseñado para odiarnos mejor
morfologías: a veces hay tanta gente que estamos solos
morfologías: tsunami night en Chinatown. Palabras technicolor para labios monocromos
morfologías: lo simple puede devolvernos la razón, lo complejo grita desde la naturaleza de nuestras ideas
morfologías: huye del patrón general, sin que se note

IMPOSTURAS
impostura: Caracas mi sombra deseada, mi inundación
impostura: prefiero llorar en noruego porque me devuelve a Caracas
impostura: el hombre santo en Altamira guardó en su iPod un golem hecho entre lágrimas y rezos. Nunca volvió a pedir amor. Murió al amanecer
impostura: en el mercado de la Pastora hay un eremita. Publica mentiras en Facebook y se tatúa una bala en cada intento de llegar al nirvana
impostura: en Chacao habitan sombras con lenguas de pavimento. Siempre tienen sexo a las 4 am y mueren justo al amanecer
impostura: ojos en “delete” refugiados por censura, sin “chador” no hay sangre
impostura: explorar hasta disentir de todo aquello que me alejó de ti
impostura: el día del idioma pensaré en la imagen, en silencio

MANTRA
mantra de la mirada: solo ha cambiado la forma de decirnos adiós. No mires por la ventana esta noche, no mires por la ventana esta noche
mantra del mar (en labios irlandeses): deja el mar donde corresponde, deja el mar donde corresponde, deja el mar donde corresponde
mantra de la mortificación: rasga las uñas sobre la pizarra de tus propios límites. Lee hasta la humillación, lee hasta la humillación
mantra de la mirada: veo la luna con mi telescopio mientras pasas tus manos por mis palabras antiguas. Camina con la planta de mis pies, camina, camina, camina